Ritornare all´Italia è per me ritornare al sogno: una luce molto famigliare atraverso della finestra in una galleria di una città italiana. Este año, mi regreso fue finalmente fechado para el fin de semana del 20 al 22 de Julio. Volví a subirme a un avión de la Ryanair. La sensación de volar es increíble y más cuando esperas con ilusión tu destino. Se sienten los movimientos de la aeronave al chocar con las corrientes de aire, como si jugase en el cielo mientras tu estómago se va adaptando al ritmo.
Tras aterrizar y poner pie en Bérgamo, esta vez ligero de equipaje, me apresuré y cogí un taxi que me llevase a la estación de Bérgamo. Llegó el tren y me subí a él, tras sellar el billete que había comprado. Entré en uno de los vagones y me senté en una butaca al lado de una de las ventanas dejando ipso facto mi mochila al lado. Hacía un calor muy intenso, así pues intenté aguantar el sudor que empezaba a impregnar la piel mientras una ragazza de unos treinta años con una camiseta de tirantes leía un libro y plácidamente reposaba sus pies descalzos sobre la superficie de asiento frontal y una mujer de origen africana con ropas frescas de ricos colores concentraba su atención a las preguntas de su hijo. El tren llegó a Brescia, en donde debía de hacer trasbordo, y tras las llegadas y partidas de unos cuantos trenes pregunté a una joven y atractiva revisora de uno de ellos, que partía dirección Trieste, si ése me llevaría a Verona. Ella afirmó positivamente y me subí. La chica muy amable me indicó mi compartimento llevándome antes la sorpresa del encuentro de mi vecino de vuelo, uno de los chicos que tuve al lado del avión. Se lamentó de no poder haber maniobrado para que el viaje nos hubiese costado más barato pero se alegró de verme. Estuvimos dialogando mientras observábamos el paso de gente entorno al pasillo. Mi comportamiento comunicativo adornado por una correcta pronunciación del italiano con unas cuantas nativas le sorprendió gratamente. La conversación se hizo muy amena y pronto intuí mi llegada y pregunté a un chico que tenía cercano a mí sentado en un estanco del tren. Me contestó afirmando. Con un grazie le devolví su respuesta. Cogí mi mochila negra y me dispuse a despedirme del compatriota con el que hasta ahora más he viajado en Italia. Mientras tanto la joven revisora, que pasaba por ahí, me avisó de había llegado el momento de desembarcar. Aquel detalle me llamó la atención. Hay detalles que ennoblecen a las personas y este lo fue. El tren paró, bajé y caminé por el andén hasta bajar las escaleras que me condujeron al interior del pasillo que me conducía a la entrada. Al llegar a la entrada de la estación levanté la tapa de mi móvil y la llamé. Al poco tiempo llegó un chico, de estatura manejable y tez morena. Tardé en recordar pero en cuanto se dirigió a mí, recordé. Era Fabio, el amigo siciliano de Francesca. Me anunció que pronto llegaría Francesca o Kekka, para los que gustan ser sus amigos.
Pasadas las 11 y media. Ésa era la hora inexacta a la que había llegado a Verona. Con un aroma corporal típico de un día extremo de calor, me arrimé a la idea de ducha. Al instante, a mi izquierda vi cómo se acercaban un grupo de chicos y una voz alegre y azucarada quebró mi tiempo de espera. ¡Pabliíito! Volvió a sonar mi nombre dulcemente por una mujer a la manera italiana.
A partir de ahí los días pasaron rápidamente hasta encontrarme en el aeropuerto de Bérgamo para regresar a Zaragoza, tras presenciar una "conducción calabresa" de mi amiga junto a un colega suyo por las autostradali del nord.