lunes, 11 de febrero de 2008

Carnavales de La Fueva

Este fin de semana, con la excusa de los Carnavales del Valle de la Fueba, cerca de L´Aínsa, hemos disfrutado un fin de semana del los placeres del Pirineo. Nos alojamos en el nuevo piso de Mamen, al que yo todavía, no había tenido el gusto de visitar. Resultó un lugar muy acogedor y muy amplio con dos baños y tres habitaciones, dos de ellas orientadas al norte junto a la cocina, cosa que se agradece si se duerme en una de ellas.

Por la noche, tras la cena con el chico de Mamen y una amiga suya, hicimos los preparativos detallando nuestros disfraces como manda el canon de “siempre a última hora”, en la cual apreciamos las habilidades de corte y confección de Borja. Al alba, Riki nos sorprendió con sus alarmas al estilo Formigal (lugar célebre por el albergue de los jesuitas en el que utilizaban para mostrar las preciosidades de nuestro país a los chicos del colegio de Zaragoza en plan Ley Libre de Enseñanza y refugio del Padre Prieto), un clásico entre los clásicos. Retocamos, de nuevo, nuestros uniformes de Playmóvil y partimos para el juego de disfraces y la llenada de panza. Un acto que nos dejó agotados y sin duda más a nuestro paciente conductor que aguantó como un jabato sobrarbense nuestras ganas de fiesta y toques de flauta, ésta última léase como se quiera mientras no sea con la mente enferma.

Tras nuestra batallita, en donde, nos topamos, de entre otros alguno de los Romunianos, a la tamborilera de Lurte. Al llegar al fogar, cenamos pizza y nos pusimos a ver una peli, aunque sin hacer caso a la idea montipaytoniana de Riki. El día me pesaba como si llevase la Peña Montañesa a cuestas, por lo que me quedé en casa. Riki y María también hicieron lo mismo mientras que Raúl, Mari, Mamen y Borja no se arrugaron y salieron. Para gusto o disgusto la música de los bares y la gente parecía más bien para públicos treintañer que para cuasitrentañer, comentarios de la mañana siguiente en el que encontré tiempo y sitio para hacer silbar, gritar, supirar, hablar, tararear y cantar a mi peque de palo violeta vestido de azul verdeolivado volantado. Tras la comida plegamos y al ritmo de Maripunk llegamos a casa, una vez más, a nuestra pequeña gran ciudad que se nos va haciendo mayor tras muchos siglos y siglos, años y años, gentes y gentes.