Los taxis amarillos juegan con el resto de los vehículos y
al frente un hombre de gabardina gris ojea el New York Times.
Unas mujeres de altivo tacón pasan sin mirar los escaparates de las tiendas de la inmensa avenida y
una llamarada produce saliva a quien espera a comprar un hot dog.
Ristorante y Döner Kebab ofrecen generosamente llenar la panza al más osado y
al de corbata le habla en inglés, un ataviado joven con gafas oscuras y porte de caballero.
Un bus, que para en una parada, despoja viajantes de su almacenaje
y al lugar acude un local que ya no marcha en su vehículo debido a lo que llaman recortes municipales.
Dos adultos acuden a un Carpanta a ritmo al que acudiría un grupillo de jóvenes al Calamar Bravo
y una ambulancia grita y acelera al encontrar un espacio mínimo que le han cedido los automóviles.
Unos muchachos, que en bicicleta, recorren los grandes caminos urbanos, exhiben sus camisetas con grandes logotipos
y una moceta parece hablar con un aparato que lo lleva colgando mientras lleva en su mano izquierda un portafolio.
El sol se queda en el retrovisor de una vespa deslumbrando un pequeño quiosco que ofrece un sinfín de publicaciones
y todo confluye tras el efecto 2000 y las revoluciones globales.