Dicen que los deseos que se piden,
se pierden o se quedan,
como las cigüeñas que posan en el campanario de la iglesia de Gallur.
Las averías surgen,
de vez en cuando,
cuando se colapsa el servicio postal
y en el silencio,
una melodía ameniza los tiempos de tránsito.
La pintura de colores,
aquella que adorna las favelas de una ciudad brasileña,
alegra el teatro de la aldea global,
en donde la pobreza no está lejos
sino debajo de las casas
o tras la pulsación de una tecla,
en eso que llaman la red.
La suerte o la buena fortuna,
como gusta a algunas mentes privilegiadas decir,
no depende del emprendedor y de la empresa sólo
pues la constancia, el trabajo y el espíritu,
aún siendo buen aval o buena vela.
Son los vientos los que finalmente empujan la embarcación.
Son los hospitales el final de nuestro trayecto y las listas del paro,
las que acaban rompiendo los callos de nuestros dedos y hacer parar los latidos de nuestros corazones,
que no han sido llamados al lujo y el desprecio
sino a la cordura, la sencillez y la revolución de los pobres.