Al trigo bronceado por la tarde
le espera la guadaña para recoger el cereal en los meses que corresponden.
Al lápiz, el papel.
Luego recoge los trocitos de grafito creando pictogramas, símbolos y otras dimensiones expresivas.
Al amanecer,
en las Termópilas,
aún ven el resplandor de los escudos de unos pocos,
alineados hacia el espolón de las naves atenienses,
las cuales, pacientes, se dirigen a Salamina.
Al atardecer,
junto al Tíber,
el sol señala las tierras del patricio
que salvó a Roma en dos ocasiones
y tras ello, volvió sus manos hacia sus cosechas.
Y en la capital del Mare Nostrum hoy,
en donde se divisó a un hombre canoso,
se ve a un greengo, quien confió sus palabras
al ardor de un universitario.
Cuatrienios o lustros desgastados
se vuelven impuros
y los pañuelos se pueden volver a un palco,
inundado de entalladas condecoraciones
del laurel pasado, en donde, se adivina una inscripción:
Hominem te esse memento!