Acerca del abandono de un libro de Robert Burns en la mesilla de noche.
Cuando el mármol reluce en su última hora del día
y las viejas se recogen adentrando las sillas hacia el interior de sus portales para ponerse a cocinar...
Cuando los motores de los tractores y las furgonetas dejan de pronunciar palabra,
Ya no hay tiempo, ¡a dormir!
Cuando la sangre reluce hacia digestiones
y la suavidad se vuelve una mano fresca que ondea como el dedo de un lector sobre la superfice de un palimpsesto...
Cuando en una institución pública es ya imposible la compulsación,
hay tiempo para dormir.
Y allá en donde bajel se convierte en acorazado de lo que no se ve
y es oráculo,
hay tiempo, ¡a dormir!