De chico, parado o desplazándome, me gustaba ver
y ver unos carteles en los pasillos del colegio.
Me gustaba meterme en esos carteles
unos instantes y en unas ideas,
en donde un clavel y un niño podían acallar los fusiles
de los mayores convirtiéndolos en tallos
vivos sólo para adornar lo que antes era frágil, ahora piedra eterna.
Dicen que las ideas más valen un fusil
pero no valen ni una dictadura de izquierdas ni de derechas,
pues eso hacen los fusiles, simples dictaduras que acallan las libertades.