Ayer me encontré a un niño que paseaba solitario
cerca del estadio de La Romareda mirando las nubes.
Se paró frente a mí,
me miró con los ojos semicerrados como si el sol del
atardecer le deslumbrara
y me dijo: “recuerda la balada”.
Ahora, que paso de nuevo al día siguiente,
me he dado cuenta de que ese niño
era yo.